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lunes, 24 de diciembre de 2012

Los verdaderos "Papa Noeles"

Con la ocasión de  un concurso navideño en un foro,  hice este relato corto que me gustaría compartir con vosotros. Los personajes y la historia son de mi autoria por no que no se puede copiar. Solo leer y disfrutar de la historia. Gracias.



Los verdaderos “Papa Noeles”.




Las luces de navidad brillaban en un intento de alegrar aquel nublado veinticuatro de diciembre. Era tarde y las personas se afanaban en volver a sus hogares. Sin embargo, una mujer pelirroja aún no lo hacía. Seguía en el centro comercial buscando el último regalo para su hija. Aquel que la niña deseaba tan desesperadamente. Más era inútil, estaba agotado.
Finalmente después de hablar con uno de los dependientes, llevándose una gran desilusión tuvo que aceptar que no había y comprar otra cosa. Cuando salió del establecimiento no se le ocurrió otra cosa que sentarse en el bordillo de la calle, disgustada. Su hija tendría una Barbie bailarina en vez de una cantante. Solo esperaba que la apreciara un poco.

- ¿Puedo ayudarla?— Se sobresaltó al escuchar la voz de un hombre al lado suyo, levantó la cabeza, era bastante atractivo y amable, un poco joven para su gusto, pero aun así agradable. Ella sonrió, menuda imagen debía dar, ahí sentada, desilusionada el día de nochebuena. Eso le pasaba por encaprichar a su niña.

- No, no. No pasa nada. Solo pensaba en que mi hija no podrá tener la muñeca que tanto deseaba. – Soltó enseguida y no pudo evitar sentirse tonta, más ¿que podía hacer? Siendo viuda y con una familia que apenas le hacía caso, su hija, Charlotte, era el centro de su vida. –Y por favor no me tutee, no seré joven, pero no soporto esa costumbre. —añadió y terminó por reírse alegre. Ese hombre le gustaba, le hacía sentirse bien.

- Bueno, mira el lado positivo— Aportó el. Ella se percató de que se había sentado a su lado y también llevaba una bolsa con las últimas compras del día. —Si no le gusta se enojará con un barbudo imaginario llamado Papa Noel. No contigo. — Eso último que dijo provocó pequeño un ataque de risa en la muchacha y él le sonrió. Cuando se calmó se quedó pensativa y finalmente dijo.

- ¿Te das cuenta?, mientras ellos piensan en un señor viejo que monta un trineo de renos voladores, sacado de una leyenda infantil, somos nosotros quienes trabajamos duro para traerles año tras año los regalos.—

- Sí…Siempre me he preguntado porque nunca se lo decimos desde el principio. Luego me doy cuenta de que son demasiado inocentes para comprender términos como “trabajo”, “dinero”, “ganarse la vida” y otros muchos más. — Ella asintió coincidiendo. —Por cierto, me llamo Richard. —

- Joana. Encantada. — contestó ella.

- ¿Terminamos esta charla en otro lado? Te invito a una copa— propuso el levantándose, ansiando conocer más aquella mujer.

- De acuerdo. Pero debo estar pronto en casa. —Aceptó Joana

- Lo sé. Hay que dejar los últimos regalos bajo el árbol— Dijo Richard sonriendo misteriosamente.


Terminaron en un restaurante agradable con un café cada uno y ganas de hablar. No solamente el deseaba saber sobre ella, también Joana ansiaba conocerlo mejor. Aunque sabía que probablemente no se volvieran a ver.

- Así que, ¿casada?— Comenzó el con la primera pregunta, algo personal pero lógica, cada vez que nombraba a su hija le preguntaban si tenía marido. Era algo muy común.

- Viuda. Murió en un accidente de tráfico. Tengo una hija Charlotte de nueve años, es un poco caprichosa. Pero también es mi culpa. Soy incapaz de negarle nada. ¿Y tú, tienes esposa?— Contestó sin inmutarse, cierto que lo de su marido había sido un susto. Pero hoy en día ya no le afectaba, lo extrañaba un poco sí, pero nada más.

- No, nos divorciamos hace unos años y soy yo el que tiene la custodia del niño. Un encanto, le basta un coche de carreras para sentirse feliz. ¿Tu familia?—

- Madre y dos hermanos. Ella no me aprecia porque no me orienté por el camino que ella quería y ellos simplemente me han ido olvidando. De vez en cuando me llaman, pero hasta yo puedo ver la hipocresía que hay ellos. Mi madre los adora. ¿La tuya?—

- Un padre que me trata como puede. También estamos algo distanciados aunque no sé si es mi culpa y una hermana engreída que difícilmente soporto cerca. Trabajas en…

- Una panadería. Sí, no es lo mejor del mundo pero es lo que se puede. Aun debo agradecer que tenga trabajo. — Siguió la frase ella y era cierto, en estos tiempos encontrar un trabajo era un milagro. Ya no digamos uno decente –Te toca. —

- Camarero. Sí mi trabajo tampoco es para lanzar cohetes. ¿Vas a salir estás navidades?—

Joana se quedó callada, ¿era una invitación? No estaba segura. Aunque de ser así la pregunta era equivocada. Quizás no lo fuera, quizás solo le interesara saber si la podía encontrar en navidades.

- Tal vez— terminó por contestar sonriente, él sonrió a su vez y entonces su mirada osciló al reloj de la pared. Se estaba haciendo tarde, tenían que despedirse.

- Puede que nos veamos, entonces. — insinuó el. – Bueno, se hace tarde, Joana. Debo partir y me imagino que tu también. Espero que tu niña sepa apreciar el regalo. —

- Y yo que nos veamos pronto. — Aportó ella sonriente, se negaba a despedirlo para siempre. –Hasta pronto. —

Y así se fueron cada uno en su coche, cada uno a un hogar distinto. Dispuestos a aportar la ilusión que cada año sus hijos necesitaban. Porque solo ellos, los padres y los que son como ellos sabían la verdad. Quienes realmente tenían el papel primordial en están fiestas no eran los pajes ni su jefe Papa Noel. Sino ellos, todos esos padres, hermanos, tíos, abuelos e incluso primos que día tras día trabajaban y economizaban para reunir lo suficiente para comprar, en un instante de tranquilidad, el regalo que tanto sus niños ansiaban. O en su defecto uno que les satisficiera igual. Si, ellos eran los verdaderos “Papa Noeles”.
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Espero que os guste.

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